Vivimos tiempos en los que el videojuego es algo completamente asimilado y extendido en nuestra sociedad. Las posibilidades de juego son incontables, desde dispositivos móviles a consolas portátiles, de sobremesa, juegos free to play, ordenador, plataformas digitales, ofertas de todo tipo… raro es el niño o joven que actualmente no tiene decenas y decenas de juegos con los que pasar el rato, algo que a los que habéis crecido en el siglo XXI os parecerá lo más normal del mundo, pero que os aseguro que hace no tanto tiempo era algo inconcebible. Los últimos años del siglo XX eran muy distintos a lo que conocemos hoy, internet estaba apenas implantado en nuestro país, los salones recreativos tomaban las ciudades y las consolas de 8 y 16 bits eran sin duda alguna las reinas de las discusiones dialécticas en los patios de colegio. 

Está claro que siempre ha habido gente con más posibilidades, pero la tónica habitual por aquel momento era el tener una sola consola -o eras de sega, o eras de nintendo, muy pocas familias se podían permitir tener ambas consolas- y además, lo normal era comprar pocos juegos al año, en mi caso (y también entre mis amigos y conocidos) era recibir uno para navidades y, con suerte, caía otro para el cumpleaños. Esto hacía que fuera difícil saciar nuestras ansias de jugar, y aquí es donde entraban esos maravillosos lugares de los que hoy queremos hablar, los videoclubs.

Perderse entra esas estanterías para encontrar la película o videojuego favorito que llevarte a casa durante unos días era ya de por sí un maravilloso entretenimiento

Los videclubs son hoy ya casi un recuerdo en el imaginario colectivo, pocos son los que en pleno 2020 siguen subiendo la persiana cada mañana. Pero cualquiera que viviera en aquellos años os lo podrá confirmar, y es que no había ciudad en este país que entre los años 80 y 00 no tuviera al menos un videoclub entre las tiendas del barrio. Lógicamente, el objetivo inicial de los videoclubs siempre fue el de alquilar películas (primero con las Beta, luego llegaron las famosas VHS y finalmente se pasaron al incombustible DVD) pero con la proliferación de las videoconsolas, y especialmente con el asentamiento de las consolas de 8 bits, comenzaron también a alquilar videojuegos.

Para alegría de la chavalería de la época, los videclubs fueron conscientes muy pronto del gran negocio que podía suponer el alquiler y venta de videojuegos, por lo que rápidamente se extendió esta costumbre a las estanterías de estos añorados centros de ocio familiar. Para muchos de nosotros, se convirtió en una costumbre el acercarnos los fines de semana a alquilar ese juego que habíamos visto en la revista de moda y deseábamos probar, rezando por que nadie lo hubiera alquilado ya y estuviera disponible, sin la dolorosa y frustrante cartela de “ALQUILADO” sobre su carátula.

Seguramente a la mayoría no os diga nada, pero este mismo videoclub es en el que durante años alquilé decenas de videojuegos y películas. Por desgracia, cerró sus puertas hace años. Se encontraba en la localidad madrileña de Coslada.

La mecánica era muy sencilla, por un precio muy competitivo te llevabas a casa el juego anhelado durante todo el fin de semana -era lo bueno de alquilar de viernes a sábado, que por el precio de un día de alquiler, disfrutabas todo el fin de semana- aprovechando además que era durante el fin de semana cuando normalmente disponíamos de más tiempo para jugar. Muchos videoclubs no sólo eran meras tiendas donde alquilar juegos o películas, si no que se convirtieron también en lugar de encuentro de muchos jóvenes que se acercaban a descubrir las novedades para su consola favorita o simplemente para echar un rato mirando y admirando las carátulas de los juegos.

La cadena de videoclubs Blockbuster tuvo su momento de gloria a finales de los años noventa, abriendo tiendas en todo el mundo. Tras años de pérdidas, se declaró en bancarrota en el año 2014.

Además de alquilar la gran mayoría también se dedicaban a la venta tanto de juegos nuevos como de segunda mano, y precisamente en el mercado de segunda mano se popularizó también el intercambio de títulos, algo que nos permitió a muchos disfrutar de diferentes juegos sin tener que comprar a precio de novedad. Eso si, si había algo que nunca cambiaba era que el dueño del videoclub siempre salía ganando. Desconozco si era algo generalizado, pero en varios de los videoclubs de mi barrio el proceso era similar. Los videojuegos disponibles para cambio eran marcados con una etiqueta de color (había varias categorías, en función de su precio o antigüedad, cada una marcada con un color diferente) y a la hora de realizar el cambio, además de pagar una cantidad de dinero, el dueño de la tienda “valoraba” tu juego en una de esas categorías, y sólo podías realizar el cambio por un título de la misma, que curiosamente, siempre era algo peor que tu juego.

Aunque la picaresca no era sólo cosa de los que regentaban las tiendas, algunos espabilados usuarios -por llamarlo de alguna forma- también demostraron gran proactividad a la hora de intentar sacar provecho, y digo esto porque algunos seguro que os pasó alguna vez que, al alquilar un juego, resultaba que al llegar a casa y encender la consola para jugarlo no se trataba del título que habías alquilado, si no de otro completamente diferente. ¿Qué había ocurrido? Sencillo, alguien había sustituido la placa original por otra. 

El videoclub Anaya 97 es uno de los pocos que continua abierto a día de hoy. Se encuentra en la ciudad de Salamanca, y aunque en el pasado sí alquilaban y vendían videojuegos, hoy se ha especializado en el cine. ¡Todo un superviviente!

Los recuerdos se agolpan al pensar en lo que supusieron los videoclubs para muchos de nosotros durante aquellos años. Las tardes de los viernes, al salir de clase, se convertían momentos de estrés, esperando a que el videoclub abriera sus puertas. Muchos chicos se agolpaban en la puerta, deseando que ese título que el fin de semana anterior habían dejado con su partida guardada a medias, estuviera disponible y que nadie lo hubiera alquilado durante la semana, borrando con ello su progreso. No sabría decir cuantas semanas me alquilé el Theme Park para Mega Drive hasta que finalmente alguien borró mi partida. Ese juego me enamoró, y con el tiempo, compré en ese mismo local de segunda mano, aunque esa es otra historia que será contada en otra ocasión.

Para muchas familias se convirtió casi en tradición la visita semanal al videoclub. Mientras que los padres aprovechaban para alquilar alguna película con la que disfrutar la noche del viernes, los hijos se escapaban para maravillarse con las estanterías repletas de videojuegos o echar una mirada fugaz, antes de que nadie se diera cuenta, al rincón donde se encontraban mal disimuladas las películas para adultos. Todos esos momentos quedan en el recuerdo de muchos de nosotros, y son añorados con cariño en los tiempos en los que Netflix o las descargas digitales han monopolizado el mercado del ocio familiar. Por suerte para algunos y por desgracia para otros, muchos de esos videoclubs fueron liquidando su stock de videojuegos con la llegada de las nuevas consolas o cuando poco a poco fueron cerrando sus puertas. Algunas cadenas de videojuegos mantuvieron el negocio del alquiler, aunque nunca tuvieron la magia y el romanticismo de estos entrañables locales.

Actualmente alguna tienda de videojuegos mantiene el negocio del alquiler y compraventa de juegos, pero la magia y esencia del videoclub como tal se perdió hace mucho tiempo

A día de hoy, son apenas una cifra anecdótica la de videoclubs que siguen abiertos, y los pocos que continuan con su labor se han especializado o han diversificado su negocio, pero por lo general, si siguen abriendo al público cada mañana es por la pasión de sus propietarios a un negocio tristemente obsoleto. Es frustrante hacer una búsqueda en internet para darse cuenta que la gran mayoría de entradas recientes son para hablar que locales con décadas de años al servicio del cliente y que han cerrado sus puertas. Los tiempos cambian, como nosotros hemos mismos hemos cambiado con los años, y al igual que muchos otros negocios, los videoclubs no han podido resistir el azote de la digitalización. Quizá hayamos ganado en comodidad, pero hemos perdido muchas otras cosas.

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